Algo de Moncayo nos toca

La palabra de moda en Colombia, sin duda es: solidaridad. Y resulta oportuna su aparición porque viene a remplazar términos tan odiosos en nuestro diccionario nacional como: masacre, venganza, balazos y otros apelativos malignos y viciosos, que por demás nos resultaban familiares a fuerza de vivir inmersos en ellos.

El milagro con éste término se dio, y no es que exagere, gracias al profesor Gustavo Moncayo, un hombre que, víctima de la violencia desaforada que vivimos, y después de casi una década de luchar por la libertad de su hijo, el cabo de la policía Pablo Emilio Moncayo, decidió echarse a caminar desde su natal Sandoná, Nariño, hasta la Plaza de Bolívar, donde esta hoy, contándole al mundo su desgracia y la de otros cientos de secuestrados en Colombia.

Moncayo, caminó 1.208 kilómetros y despertó el fervor solidario de un pueblo dormido, anestesiado, frente a la violencia, y casi cómplice de la misma, pues es tan culpable el que ejecuta actos delictivos como el que permiten que estos se realicen. Y hasta ahora, nuestra indiferencia, no ha hecho más que permitirlo, negándonos a entender que la violencia no se combate con más violencia, o con agresiones de otra índole, porque entonces, nos metemos en otra guerra, y eso es lo que hay que reversar.

Esa es la doctrina que Moncayo maduró a lo largo de tanto caminar, y esa es la doctrina que nos quiere hacer llegar a todos. Salir de la carpa cuando estaba con el Presidente en la Plaza de Bolívar, a pedirle a algunos contradictores del Primer Mandatario que no echaran abajo, fue una acción ejemplar y noble. Es que no me oyen, dijo cuando las arengas insistieron, escuchemos con tranquilidad, dialoguemos, no más agresiones. Cambiemos esa mentalidad caduca, volvió e decir. Más bien gritemos ¡viva la paz!, ¡viva la libertad!.

Luego subió a la tarima improvisada, en las gradas del Capitolio, a pedir que no lanzaran más improperios y dejaran hablar al señor Presidente. Fueron dos acciones ejemplares en un mismo día y en menos de una hora, sin que esto le impidiera decirle al Presidente, en público, verdades completas como aquella de que la paz no se hace solo con balas, sino con la presencia de un funcionario público en un lugar lejano, o con un maestro donde no lo hay, o con una escuela en un sitio remoto, por que con esto también se combate la violencia, y se hace presencia de Estado, omitiendo las armas. Y ni que decir del acto de lavar la bandera para limpiar simbólicamente a nuestro país, de rencores, envidias, violencia y muerte.

Estos símbolos, de este hombre, que se está convirtiendo en un pacifista, ojalá y lo logre, nos caen como ejemplo preciso en Sopó, donde para decir las cosas y hacer debates, sobre todo en época electoral, nos escudamos en el chisme, la calumnia, las ofensas y pasquines de mal gusto y por demás grotescos. Por qué no seguir el mismo ejemplo de Moncayo, por qué no discutir sin ofensas, y de manera franca a nuestros contradictores. Es hora de cambiar esta mentalidad caduca. Si lo hacemos fortaleceremos nuestra pequeña democracia, pequeña por territorio, pero que puede ser muy grande y sólida en ideas. Por qué no lavamos la bandera de Sopó entre todos, para limpiarla de rencores, de rencillas, de odios malsanos y poder encontrar así, otro camino de convivencia.

Comentar

Su dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos necesarios están marcados *

*