De gays y lesbianas

Colombia es un país que consigna dentro de los puntos principales de su constitución, el libre desarrollo de la personalidad.  En los últimos años, diferentes grupos de la población han adelantado procesos y campañas  en defensa de este derecho.

Organizaciones como el LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transformistas) han unido sus esfuerzos para reclamar ante la ley colombiana, un espacio en la defensa y protección de sus intereses y derechos como seres humanos que son, y como miembros de una sociedad. Sin duda alguna, se han logrado algunos avances, como el reconocimiento de la unión marital de hecho, entre otros.

En Sopó, es muy poco lo que se conoce acerca de la vida homosexual; lo cual no significa que no haya parejas de gays o de lesbianas, sino que revela de manera marcada, el temor a un juzgamiento y rechazo social, puesto que existen aún, personas intolerantes que no aceptan las conductas homosexuales.

Es por ello que el hablador, intento ir más allá de los estereotipos gay y conversó con una de las parejas más queridas  y reconocidas del municipio.  Aquí pues la historia.

 

El policía y el peluquero, el amor y la valentía

Entre miradas cómplices e iluminadas, anécdotas y sonrisas, conocimos la historia de amor de dos simpáticos personajes, famosos no solo por el profesionalismo de su trabajo, sino por la grandeza de sus corazones. Héctor Bedoya y José Parra llevan 11 años juntos, son orgullosamente homosexuales y se declaran felices.

Todo empezó cuando Héctor se encontraba de viaje en las playas de Puerto Rico y República Dominicana. La magia de este lugar lo llevó a reflexionar sobre su vida sentimental, puesto que  había un gran vacío en ella; fue entonces, en medio de tan paradisíaco escenario, donde hizo la siguiente petición: “Dios, mándame un hombre o una mujer que me quiera por lo que soy, más no por lo que tengo”.

Cuando regresó a Colombia terminó con su pareja que no lo valoraba y con quién llevaba una relación de 5 años.  Después de esto, Héctor continúo pues su vida normal, entre  cortes, tintes y maquillaje.

Una noche su rutina fue interrumpida a la 1:00 de la mañana por una llamada misteriosa.  Confundido trató de descifrar quién era esa voz que  al otro lado de la línea lo llenaba de elogios, pero  le fue imposible.

Con el pasar de los días, o más bien, de las noches,  las llamadas se hicieron más recurrentes, y ese hombre que prefería mantenerse en el anonimato, despertó un valioso interés en Héctor.

“Te puedo decir que yo me enamoré por teléfono”.  Se hablaban todos los días y ya tenían una clave para que los del salón de belleza no sospecharan; el admirador secreto timbraba tres veces, colgaba y volvía a hacer la llamada  para que Héctor contestara.

La curiosidad era infinita, la emoción y el misterio tensionantes. Solo había dos pistas para descifrar la identidad del hombre de las llamadas. La primera era que vivía en Zipaquirá, y la segunda, que cumplía años el 12 de junio. Sin embargo tal información no era suficiente. Fue entonces cuando Héctor empezó a presionar para lograr una cita con su admirador.

 

Identidad revelada

Al otro lado de la línea había un joven que prestaba el servicio militar en la policía municipal.  Patrullaba las calles de Sopó y se interesó en Héctor cuando lo vio pasear en bicicleta mientras él hacia su labor en Briceño. Copió el número del salón de belleza, se propuso llamarlo y ganarse su confianza. Cuando Héctor empezó a presionar para que se vieran, el bachiller pensaba en el escándalo que podía desatar un policía homosexual en Sopó, sin embargo él también quería darse a conocer.

El primer intento de cita falló, y Héctor se quedó esperando a su admirador. Fue entonces cuando en medio de una de sus conversaciones  a la 1 y a las 8 de la mañana, el policía  de mal genio por un conflicto que había tenido pronunció la palabra: “estación”, esta fue la clave para que Héctor hiciera sus averiguaciones.

Le pidió a una amiga  que averiguara en ese lugar un hombre que viviera en Zipaquirá y cumpliera años el 12 de junio. Su amiga hizo la labor, e inmediatamente  lo puso al tanto: “es un muchacho alto, delgado, con ojos claros, pero feo”. Héctor no le prestó importancia a la apariencia que describía su amiga, porque además de eso ya tenía el nombre: José Everardo Parra.

Al siguiente día cuando José llamó, Héctor lo impresionó cuando le contestó: “hola señor Parra”. El misterio se había descubierto; ya era hora de una cita.

El encuentro se daría en la peluquería “Figaro”.* José llegó y Héctor lo saludó de manera normal, le dijo: “siga señor ya lo atiendo”. Él se sentó  desconcertado por la forma en que lo habían saludado, sin embargo, cuando la peluquería quedó sola, empezaron a conversar. Esa noche un tinto sería la excusa para el primer beso.

“Le ofrecí  un tinto y  le dije que tenía que ir a la cocina a prepararlo. La cocina quedaba al fondo y cuando llegamos allá le dije: ¿puedo darte un beso?, él respondió: es lo que más deseo en este momento”. Nunca hubo tinto, ya que a José no le gusta,  pero este fue el momento más lindo del encuentro.

La siguiente cita fue a los dos días. Héctor preparó una carne y lo invitó a comer por motivo de sus cumpleaños.  Cuando estaban juntos no querían separarse,  y esa noche, entre caricias y palabras, acompañarían sus corazones.  Desde  ese día José vive con Héctor.

 

Un amor de valientes
El derecho a decir “yo soy”

La situación no era fácil para José, su mamá no lo sabía,  y la burla ignorante de los compañeros no se hizo esperar; ellos le hacían llamadas y se reían; ya sabían que Héctor Bedoya era novio de un policía.

José citó a sus compañeros en la inspección para parar el problema. Cuando la inspectora llegó e indagó sobre el conflicto, José en un acto valiente delante de todos sus compañeros afirmó: “yo soy gay y vivo con Héctor”.  Sin temor a la burla y con orgullo, ese día se ganó el respeto.

Pasaron los días  hasta que todo estalló y José le comentó a su mamá. Ella ya conocía a Héctor pues se arreglaba el pelo en el salón. La familia los aceptó, este fue otro gran paso.

Cuando terminó de prestar su servicio militar, José decidió colaborar en la peluquería. Héctor le enseñó truquitos de belleza y secretos del oficio.  Ahora es su mano derecha y  es un colorista destacado por su profesionalismo.

Permanecen juntos todo el tiempo, las 24 horas del día,  y aunque al principio tenían muchas diferencias, pues Héctor era un hombre de “Rumba” y José era más de la casa, lograron superarlas y ahora se entienden a la perfección.

Se definen como una familia. Les gustaría poder casarse. Y cuando hablan de su homosexualidad, los dos coinciden en definirla como un proceso de aceptación  “uno nace homosexual”,  aseguran.

En  Sopó, según ellos, hay mucha gente que no se ha atrevido a “salir del closet”, muchas personas, más que todo jóvenes, y no salen por temor a sus familias.

Ellos han conocido casos en los cuales los papás y los hermanos maltratan a aquel que se define y se acepta como homosexual. Sin embargo, también reconocen que hay personas  que se aceptan más que antes y son capaces de decirlo.  Su peluquería aparte de ser un centro de belleza es un consultorio donde las alegrías, las tristezas y las angustias de los soposeños se desahogan en los oídos de José y Héctor, quienes aconsejan a los jóvenes homosexuales que se acepten como son; el dialogar con la familia  es un buen paso para ganarse el respeto.

Con la certeza de que en Sopó la gente los quiere y los respeta, los peluqueros, novios y amigos,  seguirán su agitada vida profesional. Entre y tijeras y shampoo,  coqueteándose con la mirada;  disfrutando de los domingos en los que José, más conocido como Godinez (el personaje del chavo)  por su ternura  y picardía, prepara una changua deliciosa que los une cada día más, y que contribuye a que su visión del futuro sea de una alegría infinita.  “Un día le pregunté a Godiz: ¿te verías envejeciendo conmigo? Y él respondió: nunca he imaginado envejecer con alguien más” aseguró Héctor.  Ellos profesan  un amor que arranca suspiros e inspira admiración.

La vida homosexual es tan normal como la de cualquier pareja heterosexual; sin embargo algunas personas se encierran en una tradición radical que impide aceptar la diferencia y la diversidad.   Nuestra identidad sexual debe ser una decisión libre y una elección del corazón. No podemos reprimir o juzgar solo porque no concebimos un mundo más allá de falsos esquemas.

Sobre Juanita Ramos Ardila

Soposeña. Con estudios de Periodismo y Opinión Publica de la Universidad del Rosario. Trabajó durante casi 5 años en los medios comunitarios del municipio, como Sopó Tv y El Hablador. Participó en el proyecto periodístico y social Código de Acceso de la Casa editorial El Tiempo. En 2010 dirigió el programa de opinión Charlemos, nominado a mejor programa comunitario juvenil a nivel nacional. Trabajó en la Alcaldía Sopó lo Construimos Todos en el área de juventud liderando el proyecto Colectivos de Comunicación. Perteneció como periodista a la Unidad Nacional de Protección entidad adscrita al Ministerio del Interior. Actualmente es redactora política en la agencia de noticias de Colombia, Colprensa y es integrante del grupo Espacio Teatral en donde se encarga del área de comunicaciones y del apoyo en la construcción de textos para teatro.

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