Carlos Valderrama Andrade nació en Bogotá el 12 de marzo de 1927. Un hombre dedicado durante toda su vida al estudio de la filosofía y la filología, amante de la obra cumbre de Rufino José Cuervo y seguidor del pensamiento de Miguel Antonio Caro, uno de sus grandes desvelos intelectuales.
Estudió en la Universidad Javeriana pero se especializó según afirmó él, mediante el estudio de Miguel Antonio Caro, además porque otra de sus debilidades fue la historia: “Soy investigador”, aseguraba con énfasis, mientras jugaba con su pipa que parecía ser parte de él como lo era la filosofía.
Se vinculó al Instituto Caro y Cuervo, después de estar un año en el seminario, donde fue subdirector investigativo por más de 35 años. Conocedor del Latín y el griego, por lo cual llevó al español varias obras. Otros idiomas no eran de su total dominio pero los leía. “Me satisface el español”, decía con una sonrisa noble y gozo en sus labios.
Era un enamorado del mundo intelectual y de la soledad, melómano y escritor, cosas que lo llenaban de vida y eran parte de él, pero así mismo odiaba, a pesar de que se consideraba un hombre con paciencia, la vanidad y la falta de capacidad de la gente. Desde niño fue estudioso, su padre también lo era como abogado.
Escribió varios libros entre los cuales se encuentran “El pensamiento filosófico de Miguel Antonio Caro” y “Filosofía ejemplarista”. Don Carlos fue un hombre ambicioso de conocimiento y no de poder, su meta era escribir. Alguna vez en la vida hizo poemas, pero en definitiva no era lo suyo. “Uno en la vida tiene que saber que es lo suyo a tiempo y dedicarse a esto con pasión, por ello doy gracias a Dios todos los días de mi vida, pues me permitió dedicarme a lo mío”.
Expresamos nuestras condolencias a nuestro compañero de equipo Jerónimo y a su familia.
Como lo diría mi hermana Mónica en el momento preciso “mi padre nos hizo hijos libres”, porque nos mostró el mundo para luego apoyar todas nuestras decisiones; confió porque sabía que el trabajo realizado con mamá había quedado bien hecho. Hoy como siempre, me siento profundamente orgulloso de su legado, y comprometido, porque él nos enseñó que los hombres vienen para que el mundo sea mejor. Gracias papá.