Allá en nuestros tiempos pasados, llenos de magia e inocencia, es posible examinar la vida y encontrarse en una realidad cargada de misticismo y simplicidad. Describir la alfarería muisca como rito y magia, permite visualizar el mundo a través de esos ojos, observando en cada callada vasija y chorote, un significado de existencia y pertenencia, que nos conecta con los antepasados muiscas.
Los Chibchas o muiscas, habitaron en el altiplano Cundiboyacense, donde los ritos abundaron y perduraron ocultos a través del paso de generaciones; es aquí en donde el arte sobresale como explicación de la existencia. Esta etnia llegó a apropiarse de distintas técnicas naturales en busca de la armonía espiritual y el equilibrio con la naturaleza.
La cerámica fue una de las especialidades chibchas, encontrándose tres tipos de vasijas: de tipo animal o zoo- mórfica (vasijas pintadas y labradas con formas de ranas, serpientes y simios, criaturas sagradas en estas tierras), de tipo humana o antropomórfica, dedicadas al hombre (siendo éstas las más burdas y carentes de color) y las ofrecidas a los dioses (con inscripciones del Sol, la Luna, el Agua, el Aire y la Tierra, pero más majestuosas y decoradas que las vasijas dedicadas al hombre).
Aunque las vasijas eran utilizadas especialmente para almacenar maíz, sal, agua y chicha entre otros alimentos, los muiscas también empleaban los chorotes en sus ritos funerarios. Según hallazgos arqueológicos de la región, cuando moría un muisca le enterraban con chorotes, llenos de sus pertenencias y de lo que para ellos era el grano dorado (el maíz), con el fin de servir de sustento al despertar en el otro mundo.