Una realidad que muchos critican y pocos conocen

Hace unos días la Corte Constitucional actuó a la altura de las realidades y necesidades de Colombia dando vía libre a la despenalización del aborto hasta la semana 24, un fallo histórico que a muchas mujeres nos dio un nuevo aliento y la esperanza de que luchando juntas, avanzaremos.

A raíz de esto salieron a la luz comentarios que, en la mayoría de los casos, lejos de decir la verdad, desinformación y llenaron las redes de miedo y motivos equívocos, pero lo verdaderamente increíble fueron la cantidad de opiniones de hombres y mujeres que desde su privilegio y desconociendo los contextos sociales, económicos, culturales y de educación, trataron a muchas mujeres de asesinas y desequilibradas mentales.

La despenalización del aborto no es sólo el hecho que la mujer pueda decidir o no tener hijos y ser madre, sino que también implica asumir retos educativos, económicos, sociales, y de los cambios estructurales que urgen en el sistema de salud, sobre todo. Creo fielmente en lo mucho que, paulatinamente, irá cambiando.

Por eso, después de estar de cara a un aborto involuntario y en ese escenario haber conocido dos historias que me marcarían como mujer por absoluto, decido contarlas:

Yo tuve una pérdida involuntaria a mis 22, en la clínica Maternidad de Cartagena me practicaron un aborto que fue una cosa muy dolorosa, inhumana, me sentí como un pedazo de carne. Esto, después de esperar dos días y tener un doc. de mi médica, diciendo que era urgente porque yo llevaba ya 5 días con el feto muerto. El primer día esperé hasta las 12 del medio día para que me dijeran “a esta hora no realizamos abortos”, como si se tratara de un producto y no de una persona. Me dijeron que debía ir al día siguiente a las 7 am.

En efecto, fui a las 7 am. Me tocó esperar otra vez, hasta las 7:45 que me llevaron a una sala con 5 mujeres más. Entre ellas una niña de 13 años y una mujer con 5 meses de embarazo. A mi las enfermeras me dijeron que no parecía involuntario, porque yo estaba muy tranquila.

A la niña la trataban con desprecio. A la señora de 5 meses la miraban y secretaban entre ellas. A las otras 3, mujeres entre 28 y 35 años, les decían que se veían delgadas para haber estado embarazadas. TODO MAL.

La cosa es que la señora de 5 meses había estado sentada esperando conmigo el día anterior, ambas dolidas en el alma y físicamente, aturdidas con la cantidad de mujeres que salían o llegaban gritando de dolor. Ahí nos pusimos a hablar y ella me contó su historia:

Ella tenía 38 años, era el embarazo de su quinto hijo y tenía cinco meses. Estaba separada del papá de sus primeros hijos porque le pegaba, después conoció a otra persona y se fue a vivir con él. Esta mujer me decía que su pareja estaba tan enamorado que quería un hijo. Ella se cuidaba a escondidas de él porque la verdad es que no quería tener más hijos, pero no sabía cómo decirlo. El anticonceptivo falló y quedó embarazada, desde que se dio cuenta y lo confirmó, no dejaba de sentirse estresada porque significaba alimentar otra boca más…

Ya era difícil mantener a 4 hijos con un papá que sí acaso respondía y con las dificultades que significaba para su nuevo hogar. Pensaba que quería mejorar la vida de los primeros, pero que le resultaba difícil imaginarse un quinto, aún así aceptó su embarazo.

Cumpliendo los 5 meses, comienza a sentirse extraña y con dolores en el vientre como cólicos. Va al médico y le mandan reposo, ella se toma una semana para estar “tranquila” y los dolores vuelven acompañados de un sangrado, va nuevamente y le dicen que definitivamente la perdió.

Tiene que hacerse un procedimiento y siendo de Arjona (Municipio a casi dos horas Cartagena), el tiempo apremiaba. Me dijo “Dejé a mis pelaos listos y me vine, él (su pareja) aún no sabe”. Estaba preocupada, tuvo que hacer un par de llamadas y se volvió a sentar. Nuevamente sentada a mi lado, me dijo que en medio de todo, de pronto era lo mejor que podía pasar, pero que se sentía mal porque quizás si lo hubiera deseado con amor, no estaría pasando por ese momento. La culpa no la dejaba, se le notaba en la mirada.

La otra historia, es la de la chica de 13 años. Ella había quedado embarazada de su novio de 17, su mamá trabajaba todo el día y vivían en Nelson Mándela (el tercer barrio más grande y uno de los más pobres de Cartagena). Estaba en séptimo y en su barrio era normal todo esto.

Yendo al gimnasio conoció a su novio y su amiga de 17 años también, le dijo que era normal tener relaciones. A esa misma amiga, ella le contó que estaba asustada y que no sabía qué hacer, porque su novio sí quería tener el bebé, pero ella no tenía idea aún de qué seguía. La otra niña, que a los 15 había abortado a escondidas con pastillas que consiguió clandestinamente, le dijo que le ayudaba con eso. Además le recomendó tomarse dos y meterse dos “por abajo”. Ella accedió confiada de que todo saldría bien. A los dos días lo hizo.

Al día siguiente de haberse ingerido las pastillas, amaneció con charco de sangre en la cama. Ese día no tenía clases, se había despertado tarde, su mamá ya se había ido a trabajar, estaba sola. Gritó y llamó a su mamá de una vez. La señora pidió permiso en el trabajo y la llevó a las urgencias del Hospital de Nelson Mandela, allí le dijeron que “en un momento la atendían”… duraron todo el día allí y nada. La remitieron a otro hospital, porque el ginecólogo no estaba y al parecer sólo iba unos días específicos hasta allá.

Pasó las Urgencias de San Fernando (un barrio estratos 1,2 y 3) y allí estuvo 24 horas más. A este punto ella seguía sangrando muchísimo. No la atendieron, la enviaron a Maternidad, donde llegó por la noche y durmió en una silla súper incómoda. En la noche tampoco la atendieron.

Mientras nos contaba esto, iba cada 5 minutos al baño a cambiarse la toalla. Llevaba 3 días de hemorragia, y ella de tez negra, estaba más pálida que un papel. Su mamá no había parado de llorar porque estaba desesperada y ella decía que se sentía débil. La enfermera le dijo de manera despectiva que tenía que aguantar, le dijeron que iba a ser la última “para que aprendiera” y no quisieron regalarle toallas higiénicas para cambiarse, las que uso se las dimos entre todas las que estábamos allí.

Esa niña de 13 años, lloraba también porque le dijeron en la clínica que le iban a “echar la policía” a la mamá por su culpa, y ella no quería que le pasara nada malo. Fue desgarrador vivir y escuchar todo eso.

Una niña de 13 años no tiene porqué ser mamá. Esta misma niña que no tiene una familia estable, ni educación sexual en el colegio,y que su mamá se mata para llevar comida a la casa. Una mujer de 38 años tampoco tiene que ser mamá por verse emocional, sentimental y económicamente comprometida a parir. Venía de una pareja que la maltrataba, en la costa algunos hombres pueden considerar que si una mujer no tiene hijos, no sirve. Ella se sentía obligada porque evidentemente hay unos traumas y preceptos de cómo se asumen las relaciones, terribles!!!

Dejen de satanizar a las demás porque ustedes no están de acuerdo, revisen sus vidas y vean lo afortunadas que son, pero el aborto SÍ DEBE SER LEGAL y ahora lo es.

Otra cosa es que el personal de salud también necesita unos ajustes, tengo amigos médicos que estoy segura habrían hecho lo correcto, pero el mal trato que dan algunos a mujeres que se van a practicar abortos o menores de edad que van tener sus hijos, es humillante.

Vanessa Castro Álvarez

Sobre Vanessa Castro Álvarez

Comunicadora social de la Universidad de Cartagena. Feminista, pro derechos y parte del Círculo de Mujeres: Mujeres del Alma Mía.