Con todas las características que debe poseer un buen padre: cariñoso, comprensivo, solidario, afable, tierno, trabajador, protector y generoso, «Don Miguelito» como también lo llamaban, se convirtió en el padre de todos los soposeños, cuando Sopó era literalmente un pueblo, con no más de 5.000 habitantes.
Este gran hombre nació en Sopó el 20 de diciembre de 1908 y desde ese día hasta su muerte, el 7 de abril de 1988 demostró ser una persona con inmensa capacidad humana y compromiso social con su comunidad.
“Don Miguelito“ fue: médico empírico, partero, dentista, concejal, personero, alcalde, corresponsal y agente del periódico El Tiempo, mayordomo de fábrica de la parroquia, y fue ante todo, Papá Miguel. Hijo de Don Miguel Rodríiguez y Doña Carmen Donosso, quienes por aquella época eran los administradores de la Hacienda La Armenia.
«Sensibilidad”, parece ser ella la que trazó la vida de Miguel Antonio Rodríguez. Un hombre con un corazón tan grande no podía estar alejado de una historia de amor shakesperiano muy al estilo de Romeo y Julieta, con la diferencia de que los encuentros con su amada de la juventud, Ana María, no eran en un balcón sino en un hermoso jardín. Con la intención de realizar sus estudios en farmacia, a sus 17 años y aconsejado por su hermano Carlos Rodríguez, farmaceuta en el Hospital San José, el joven Miguel viaja a la capital del país, una Bogotá que por aquella época era muy distante del Sopó donde había nacido. Tiempo después se entera que la niña del jardín se había casado con otro personaje reconocido de la época, Efraín Rodríguez. A sus 19 años regresa a Sopó para contraer matrimonio con Julita Amaya, quien en ese momento tenía 50, y a quien la tranquilidad de esa impensable unión le ofreció 54 años más para permanecer juntos.
Una vez casados viven en la Casa “La Begonia”, ubicada frente a lo que fue Telecom, y es allí donde Miguelito abre La Farmacia Rodríguez Donosso, e inicia entonces su recordada carrera como médico empírico.
Doña Luz Robayo se encontraba aquel día en la Hacienda la Trinidad, cuando los dolores del parto tocaron la puerta de su vientre. Fue entonces cuando su esposo Isidro Maldonado salió a llamar a Miguelito, quien emprendió el recorrido hacia la casa. Una vez en la habitación, junto a su colaboradora, como dice doña Luz, Don Miguel se colocaba su bata blanca, mandaba a calentar el agua, desinfectaba pinzas y tijeras y exigía el fajador. Mientras el dolor aumentaba, Miguelito con una voz suave le expresaba frases de aliento: “tranquila mijita, que todo va a salir bien…” luego con un aceite especial presionaba la barriga, volvían las palabras de ánimo, hasta que el pequeño, en este caso Isidro, estremecía a todos con su primer llanto. “Don Miguelito les cortaba el cordón umbilical, los bañaba, los fajaba, los ponía lindos y luego los entregaba diciendo, mire usted que hermosa criatura…”cuenta con emoción doña Luz. Después del parto realizaba dos o 3 visitas más. La historia se repitió años después cuando dio a luz a su hijo William; la misma escena la vivieron cientos de madres soposeñas con Don Miguel.
Las manos de Miguelito recibieron aproximadamente a 2.000 niños en el municipio de Sopó, él llevaba un registro de cada uno de los partos atendidos, sería satisfactorio encontrarlo algún día. En su familia recibió a más de 30 y debido a esto se le atribuyó el apelativo de Papá Miguel. “Era el papá de todos; los niños, los adultos, las señoras, todo el mundo le decía Papá Miguel o Papá Miguelito” recuerda su sobrino favorito e hijo adoptivo Camilo Rodríguez. Cuenta además, que en varias oportunidades atendía los partos a domicilio, “él cogía su carro y arrancaba; muchas veces quedaba a mitad de camino, pero así fuera a caballo o a pie, llegaba a cumplir con su labor. Era supremamente generoso, y cuentan que en más de una ocasión, cuando la familia era demasiado pobre, él se quitaba la camisa y la ponía al recién nacido como pañal o como faja”.
La Farmacia Rodríguez Donosso, ubicada en la carrera 3ra. No. 3-70 se convirtió en sitio de visitas asiduas por parte de la comunidad soposeña. Enfermos y con el tiempo alentados, como se decía en la época, se acercaban allí a consultar, a encargar medicinas, a recibir el diagnóstico del que fue por mucho tiempo el médico oficial del municipio.
En aquel tiempo en cuanto a medicamentos, cuenta su sobrino Daniel Rodríguez, “se imponía la famosa fórmula magistral, el manejo de la droga blanca que llamaban, casi no había laboratorios, y Miguelito viajaba a Bogotá, compraba los frascos y preparaba los remedios solicitados”. Como aparece consignado en la etiqueta, su farmacia era un “esmerado despacho de fórmulas” y esmerado, también, era él en su oficio.
“Miguelito tuvo el don de ser un verdadero médico, el don de comunicarse con los seres humanos y con el enfermo” cuenta Margarita Fonseca, quien fue una de sus pacientes. Y confirma su comentario explicando el don especial que tenía Papá Miguel: “cuando uno llegaba enfermo, lo primero que hacía era colocarle a uno la mano sobre el hombro, luego preguntaba –bueno … qué le pasa, qué tiene, porqué vino– y en ese mismo instante empezaba la curación”. Curaba de todo, fue dentista, atendía suturas y como pediatra era acertadísimo. Demostraba siempre su generosidad, no cobraba la consulta, solo la droga; quién tenía para pagarle bien, sino, no había problema alguno. No solo imponía sus manos, imponía su humanismo, imponía su solidaridad.
Don Miguel también asistió el parto de Camilo Rodríguez, su sobrino preferido. “Papá Miguel siempre me trató como si en realidad fuera su hijo y el sentimiento era mutuo” cuenta Camilo. “Ante un problema no era indiferente; no castigaba con golpes, todo lo solucionaba con cariño; fuimos muy allegados y buenos amigos; del él solo brotaba cariño”.
Inés Rodríguez de Prieto su ahijada, cuenta: “el fue mi padrino de bautismo porque era muy allegado a mis padres. No sé como describir tanta belleza y tanta bondad; era comprensivo, muy formal, cuando uno estaba enfermo desaparecían los dolores con solo verlo. En mi cumpleaños y en navidad me regalaba lindos vestidos que él mandaba a hacer.
¡Qué no me daba él!… ¡qué no me compraba!… me recibió y a seis de mis nueve hijos también; fue como un papá para mi”.
Aquel hombre interesante, alto, con piel trigueña, ojos claros, voz afable, un temperamento jocoso, hizo de todo y por todos. Papá Miguel fue presidente de la junta del centro, fue concejal, fundador del Hospital Divino Salvador; personero en 1961; alcalde entre 1967 y 1968. Era amigo de la buena mesa y del buen vestir, siempre andaba muy elegante.
Tenía una vitrola en la que escuchaba música clásica, no era muy parrandero, aunque pertenecía a la junta de ferias y fiestas. Cuenta Camilo, su sobrino, que en aquella época tenía una finca llamada San Carlos, ubicada por los lados de Alpina, y una vez al año, durante uno o dos meses él iba allí a descansar; dejaba a un lado las consultas y los pacientes y se dedicaba a las labores del campo, a los caballos, y a lo que más lo apasionaba, la caza de palomas. Uno de sus amigos más fieles fue Dorky, un perro que lo acompañaba día y noche en sus diferentes recorridos; incluso en las madrugadas cuando salía en su carro a atender algún parto, el perro iba tras él vehículo, lo esperaba durante horas y luego regresaban juntos a casa.
Cuando estaba muy cansado le gustaba ir de caza; y entonces junto a su inseparable compañero emprendía ruta hacia Puente Adobes. Allí Miguelito apuntaba, la presa caía, Dorky corría hacia ella y la llevaba con ligereza a las manos de su amo. Pero como dice Camilo, quien cuenta esta parte de la historia “muchas veces lo que uno más quiere tiene un final trágico”. En alguna ocasión, estando en la finca llegó una señora que asustó al perro y éste le rasguño la cara; la doña entabló una demanda contra Papá Miguel; por aquella época los del departamento de higiene, para comprobar que el animal no estuviera enfermo exigían que lo mataran y le quitaran la cabeza, y fue él mismo, con todo el dolor del mundo, quien tuvo que decapitar a Dorky, “yo creo que en ese momento Papá Miguel se sintió morir”.
Era una de sus frases más frecuentes, con lo que demostraba ser un hombre optimista y racional a la vez. Hacia sus 65 años, poco antes de la muerte de su compañera Julita, a Miguelito le diagnosticaron un cáncer de estómago, no le daban más de seis meses de vida, pero gracias a los cuidados del Dr. de la Hoz quien supervisó su enfermedad, Miguelito se curó; atribuyeron la acción también a un milagro de “Mi Padre Jesús”. Entre controles y tratamientos, Papá Miguel vivió 15 años más, tiempo en que la enfermedad volvió a aparecer en otras partes del cuerpo, y fue en ese momento cuando el Dr. de la Hoz le formuló una droga, al parecer para precipitar un infarto y evitar el sufrimiento a quien dedicó toda su vida a aliviar dolores.
Bertha Saboyá, quien fue su asistente en la farmacia, su segunda esposa y compañera en la etapa terminal de su enfermedad, le advirtió sobre el peligro del medicamento, aunque aquí la experta no era ella, quien fue por muchos años él médico más querido de Sopó sabía perfectamente las implicaciones de tal droga, sin embargo él, con firmeza pero sin dejar de lado la simpatía y la ternura que siempre lo caracterizó dijo: “el médico me la formuló y yo tengo que tomarla”, sabía perfectamente lo que iba a pasar. El 7 de abril de 1988, entre las begonias que marcaron su labor y su existencia, Papá Miguel muere de un infarto, demostrando con ética y desmedido corazón, que “todo, todo, tiene arreglo en esta vida”.
«Don Miguelito era tranquilo y sereno, un verdadero médico
en el sentido profundo de la palabra.»
«El pizco era interesante; bien plantado, alto, trigueño,
ojos claros, buen mozo, muy bien vestido…
tuvo muchas admiradoras.»
«Fue un hombre trascendental e importante no solo para el municipio, sino para la comunidad en general; extraordinario personaje,
de una personalidad insigne.»
«No se afane mijita, que todo, todo tiene arrelo en esta vida.
Eso, él siempre lo decía.»
…ah!!! y otra cosa, él fue un gran defensor del partido conservador.»
Tuve la oportunidad de conocer a «Don Miguelito» a traves de mi abuelita, que nos llevaba a comprar dulces a la farmacia y de paso a hacer una consulta con el. Las caracteristicas que se han comentado todas son reales, un hombre que sabia muchisimo, fiel a su gente y a su pueblo, y muy amado y respetado por el pueblo.
No naci en Sopo, pero mi madre, y mis tios y tias nacieron en Sopo, Hijos de Leopoldo Lara y Zoila Rodriguez de Lara
De paso la Unica tia que nos queda vive en Sopo, su nombre Maria Isabel Lara de Baez, «Chavita» como se le conoce, y mi Hermana menor esta casada, con un sobrino de «Don Miguelito»
GRACIAS.