Amores perros

Un recorrido por las calles de Sopó revela escenarios que se convierten en punto de encuentro de muchas historias donde sus personajes principales andan en cuatro patas y hasta en tres. Son ellos los que ladran y conquistan, luego… miran y enamoran. En este mes de amor y amistad he aquí una película basada en un guión de ladridos sugestivos, protagonizada por un reparto de figuras netamente criollas, dirigida por quienes se decidieron a contarla, sin estrellas para su calificación. Amores perros ¡Porque el amor también ladra!

 

En la carrera quinta con calle tercera del barrio la Montana un singular sabueso camuflado en sofisticado traje negro recorre el sector día y noche. Visita las casas 1, 2 y 3, come un poco aquí y bebe un poco allá. Se pasea de un lado a otro moviendo su cola; levanta el pecho con orgullo mostrando una notoria mancha blanca, como si fuera ella su más preciado símbolo de distinción; ladra como diciendo a todos que se trata de un imponente criollo a quien no le importa la raza ni el color. Mayito Orjuela, simpática señora de la cuadra es una de sus principales protectoras. Y empieza a contar la historia con gran emoción, como si de un miembro más de la familia se tratase. “Pues Barbas…” y por qué barbas me aventuro a preguntar, “porque es todo mechudito” responde la amable señora “y él ya entiende por ese nombre; él nos cuida la casa, él nos ve llegar, nos quiere, nos acompaña al centro, viene, nos trae, es el niño consentido de la cuadra”. Aunque Barbas no tiene casa propia, ya tiene un territorio fijo para descansar. Cuenta doña Mayito que lo vio recorriendo el barrio por primera vez hace más de un año, sin embargo hace seis meses es constante residente del sector y tal fidelidad tiene su origen. “Un día lo vi acostado, todo mojadito, me dio pesar, fui y con una presa de pollo le preparé un caldo y le eche harto pan, le alcancé en un platoncito y desde ahí nunca se va. Cuando salimos le decimos -Barbas cuide la casa- y él se queda ahí, acostado” esto lo cuenta Mayito, en ese momento interviene su hija que nos acompaña “Y ay!… donde se arrime otro perro a la casa, él no permite que nadie se acerque”.

Barbas está totalmente agradecido, tal vez porque antes de llegar al barrio la Montana, ese traje negro con corbata blanca que hoy muestra con orgullo, no era más que un despreciable pelaje donde se asomaba una camada de huesos ambulantes. “Ha engordado, dice Mayito, él era muy abandonado, ahora está alentado, gordo. Lo único es que intentamos coger la manguera y bañarlo, pero hasta el momento no se ha dejado”.

Como la calle es libre y el recorrido incierto, aún más en la vida de un perro, un día no pensado Barbas desapareció, la ausencia fue notoria, los amos adoptivos se preguntaban por el paradero de su consentido. Unas semanas después Barbas llegó con tres miembros más del clan, una perra y dos perritos, sin nombre, claro, y al igual que nuestro primer protagonista, sin raza. “Llegó con dos perritos pequeños, los hijos de Barbas”, cuenta Andrés otro vecino, “uno muy parecido a la mamá, la perra que lo acompañaba, y él otro idéntico a Barbas, los mismos pelos, la misma mancha blanca en el pecho”. Fue esa similitud la que llevó a los vecinos a no contrariar la idea de un vínculo sanguíneo en primer grado y a bautizar al perrito como Junior, no barbitas, simplemente Junior. Aunque no siempre toda la familia del amigo Barbas anda en

grupo, según lo que se ve y lo que cuentan, sí permanecen en contacto, como si entre ellos hubiesen fechas establecidas de encuentro. Todos los días Barbas recorre el barrio, las casas 1, 2 y 3, la puerta de Mayito, en ocasiones Junior lo acompaña, cuando el genio mutuo así lo amerita.

 

Douglas, Tomas, y Frodo no son precisamente integrantes de un reparto actoral “hollibudense” son los perros de la próxima secuencia de esta película criolla. El papel principal es para Frodo, quien en un principio no tenía la pinta de un galán a lo cerdos y diamantes, al contrario parecía un aliens, un jorobado de notre dame, una bestia sin su bella, una criatura maligna salida del mundo de un caballero sin anillos. Tan repugnante era su estado que un principio, antes de llamarse dignamente Frodo, recibió el nombre de “Podrido” por el olor que expelía y el estado en que se encontraba. Frodo es de esos criollos puros a los que la indiferencia y el trajín de la calle les asignan el feroz apelativo de chandoso.

Ricardo Bautista “el amo”, el “lord” de esta historia, empieza a echar el cuento al estilo de un actor coprotagonico no preparado sino natural: “Hace aproximadamente cuatro años y medio tengo a Frodo, era compañero inseparable Douglas y Tomás. Pasaba todos los días cascado, sin pelo, lleno de costras; todos le pegaban, él era el más vulnerable de todos los perros con los que se la pasaba” .

Ricardo comenzó a darle comida, sin embargo el lamentable estado en que se encontraba el animal lo motivó a llevarlo a la oficina de sanidad, con la esperanza de que le dieran a su amigo un digno sacrificio, pero la inyección mortal escaseaba en ese momento. “Al cabo de diez días volvimos a llamar a sanidad cuenta Bautista, no nos respondieron, decidimos entonces adoptarlo, le limpiamos las costricas, empezamos a darle medicamentos, antibióticos, comenzó a salirle el pelo y oh sorpresa, resultó que era mono” .

“El perro tiene sinusitis, cuando lo recogimos tenía la cadera y parte de su cara fracturadas, tiene un problema en su maxilar y eso lo tiene botando moco todo el tiempo. Pero lo mantenemos desparasitado, con la droga para las pulgas, se le hacen los respectivos exámenes porque además de tiene su veterinario”.

Todos los días Frodo tiene una misión por cumplir; junto a Santiago otro perro de la familia Bautista, acompaña a don Hernando, padre de Ricardo, en una caminata de hora y media con destino a la montaña. Como todo buen muchacho Frodo tiene reglas establecidas las cuales debe cumplir, solo duerme dentro de la casa cuando hace mucho frío, cuando llueve muy fuerte o cuando echan pólvora en el pueblo, es algo a lo que teme demasiado, cuenta su amo. Prueba de ello son las marcas de los rasguños en la puerta cuando escucha el boom de las explosiones festivas.

El perro ya es conocido y reconocido en el sector. “Otros le dicen cariñosamente Butaco, porque carro que se parquea, es carro que se mete debajo a descansar” dice Ricardo. También cuenta que Frodo tiene una singular costumbre y es la de rascarse el pecho contra el pavimento, simulando a aquellos soldados en entrenamiento. “Alguna vez alguien me preguntó por qué hacía eso, y le respondí que yo le había pagado un adiestramiento porque en un pasado el perro había pertenecido a la contraguerrilla y efectivamente se comieron el cuento. Hasta Nelson mi hermano le iba a comprar un chalequito camuflado”.

Frodo ha sido el último en la sucesión de perros de Ricardo Bautista, después de haber tenido como 9 al tiempo, comenta que ya no quiere tener más. Él y su familia han tenido muchos perros y a muchos les han conseguido hogares en la montaña o en el campo, donde pueden gruñir a todo pulmón, donde pueden lanzar ladridos de libertad. En la actualidad Ricardo es el padre adoptivo de dos lindas gatitas, “operadas” enfatiza; dos pajaritos y un selecto grupo de babosas. Lo que nos lleva a deducir que el hombre tiene un espíritu a lo animal planet.

 

Olafo, un fox terrier, en un principio vivía en una amargura marcada por el hambre y el desafecto. Y es el músico Juan David Rojas quien cuenta la última historia de esta trilogía. Uno de sus alumnos que trabajaba por los lados del municipio de Ubaté cuidando un cultivo de moras tenía muy abandonado al perrito que cuidaba aquella finca y esto llamó su atención. Aquí es el espacio para la siguiente escena: el perro mira, luego enamora, y de ladrar ni hablemos porque las ganas y el aliento no alcanzaban para eso. El perro comía cada tercer día y eso cuando el dueño del cultivo o cualquier alma generosa decidían lanzarle las sobras. Estaba flaco, sin peluquear, entonces Juan decide hacerse cargo del que ahora es otro huésped de su casa. “El perrito estaba muy mal, lo llevé al veterinario, le aplicaron las respectivas vacunas, tenía una hernia entonces lo mandé a operar, le di un concentrado carísimo para levantarlo, era un perro super entendido, lo que más necesitaba era que lo quisieran” Después de esto y un paso por la peluquería claro, Olafo comenzó una nueva vida, tal fue el apego a su querido amo que cuando este tuvo que viajar a Estados Unidos el perrito entró en depresión.

Fue entonces cuando Claudia compañera de Juan decidió buscar otro perro en las condiciones iniciales a las de Olafo, mirada triste, flaco, ojeroso, cansado y sin ilusiones como dice la canción, pero la vida te da sorpresas, incluso a la vida del más miserable de los perros. Las ilusiones llegaron para Tomás, un french poodle, quien pasó una primera noche en la nueva casa, su misión era solo una, acompañar a Olafo y alejarlo de la depresión, la fórmula de amistad funcionó, las noches de Tomás en dicha casa se extienden hasta hoy y Olafo no tiene motivo alguno para ser el amargado.

 

Manifiesta un dicho popular que el perro es el mejor amigo del hombre. El poeta inglés Lord Byron, dos siglos antes que el nuestro, escribió en el epitafio de su más fiel amigo: «Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad, tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos».

En la película mexicana Amores Perros dirigida por Alejandro González Iñárritu, un exguerrillero que no puede acercarse a la hija que algún día abandonó, suplanta su necesidad de amor recogiendo perros en la calle, tal vez no sea este el caso de los coprotagonistas de nuestra historia, pero sí es comprobada la existencia de un sentimiento de generosidad y afecto entre perro y amo, entre perro y amigo. Y así como la vida revela historias de perros amores, también da cabida para los amores perros, porque el amor también ladra.

Sobre Carolina Cano Cassiani

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